Como a
otros grandes directores, desde Ingmar Bergman y Federico Fellini a
Woody Allen, a Pedro Almodóvar le llegó la hora crucial de hacer
memoria de su niñez, de sus tiempos de esplendor, y de su presente,
con formato de cine, y el espejo ideal que encontró fue el de "Dolor
y gloria", una de sus mejores obras.
En septiembre,
Almodóvar cumplirá 70 años y ya acredita más de 20 películas,
una filmografía que varias veces lo llevó a competir en el Festival
de Cannes y pudo alcanzar la gloria de convertirse, tras el reinado
de Carlos Saura, en el más importante nombre del cine español, por
cantidad y calidad en las últimas cuatro décadas.
A Salvador
Mallo, el director de cine que protagoniza esta historia, le duele el
cuerpo en el preciso instante en el que también empieza a recordar
el pasado, un presente en el que solo disfruta, a su manera, los
singulares cuadros de su enorme living, salvo que pueda movilizarse
mejor y, de paso, redimirse a sí mismo.
Salvador sufre el drama
común a todos los que tratan de sostener el deseo del arte, sea un
escritor, un pintor, un actor o un cineasta: tratar de vivir creando
mundos que lo alejen todo el tiempo de la idea de finitud, el de la
insoportable levedad del ser.
Pero un día se da cuenta de que
ni física ni mentalmente puede soportar el desgaste de la máquina a
la qué tanto tiempo explotó para olvidarse de que algún día,
cercano o lejano pero en cualquiera de las variantes real, le pasará
la factura simplemente por haber tratado de ser de día y de noche,
de vanguardia.
No queda ninguna duda de que Salvador es el mismo
Almodóvar, cuando se mira en un espejo muy pulido y que apenas
distorsiona la realidad, como la memoria siempre traicionera, y lo
deja desnudo frente a la vida y a la muerte, que llegara tan
inesperadamente como la vida, el día en que supo había nacido.
Este
cineasta, que creció pobre y al que el tiempo le permitió ser
exitoso, pero no pudo a fin de cuentas resolver su deseo por
completo, descubre que puede encontrar, y reencontrar, aquellas cosas
que forman parte de sus recuerdos, algunas todavía vivas, pero a los
lejos, con solo cambiar de signo la melancolía.
Almodovar
propone una de sus historias más sólidas, tanto en lo narrativo
como en lo emotivo, y recorre un camino que lo lleva a contar qué es
lo que verdaderamente siente detrás de su disfraz de autor, que ya
es pasado ser el niño rebelde del destape español, después de casi
cuatro décadas de dictadura.
Para resolver este personaje
recurrió a Antonio Banderas, un actor de sus primeros tiempos, qué
se transforma, dado que es un actor con todas las letras, en ese otro
yo (no un calco sino un “otro”) del cineasta capaz de expresar
con su caligrafía un texto ajeno que, a la vez, y es evidente,
siente como propio, como visceral.
Para Banderas sólo es
necesario valerse de las armas que los actores suelen usar en dosis
perfectas, la forma de hablar o de mirar, la manera de estar sobrio o
con una dosis de estimulantes, liberando incluso ligeros gestos
afectados qué hablan de su elección, de deseo en el más amplio
sentido de esa definición.
La palabra deseo cumple un papel
importante en la filmografía de Almodóvar, incluso es el nombre de
su productora, y Argentina también está presente en varios
momentos, como el país de una buena amiga, del amor de sus tiempos
de ebullición artística, ahora en vísperas de una esposa llamada
Lucrecia, como Martel la cineasta para la que el director manchego
produjo "Zama," y de quién en el filme se ve un fragmento
de "La niña santa".
Desde el homenaje inicial a
mujeres que parecen sacadas de un relato de Lorca, entre las que se
recorta su propia madre, hasta el mundo de su cuerpo martirizado
recreado por -el argentino- Juan Orestes Gatti, que de los discos de
Sui Generis, llegó a convertirse en la interpretación onírica del
imaginario almodovariano.
Y está Penélope Cruz como su madre,
y la insuperable Julieta Serrano como esa misma mujer anciana,
Cecilia Roth, y Leonardo Sbaraglia, y también Asier Etxeandia y el
niño Asier Flores, como ese Salvador que ya es parte de la leyenda,
lo que fue y comienza a ser parte de un sueño lejanísimo y solo
asible por la magia del cine.
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