14 nov 2018

EL CINE DE(L) CARAX(O)*

1
Por más que se disfrute y analice la obra de Léos Carax, la conclusión a la que llegaremos es que siempre seremos sabios ignorantes.

Hace casi tres décadas tuvo su big bang con nucleo en París, riveras izquierda y derecha del Sena, y desde entonces, más allá de sus maravillosas obras que pueden contarse con los dedos de una mano, su nombre y apellido artístico encierra un enigma de nueve letras, un curioso anagrama entre Alex y Oscar.
Nació como Alexandre Christoph Dupont, y siempre soñó con el cine. Convengamos que su infancia y adolescencia transcurrió al mismo tiempo que la nouvelle vague se consagraba en el mundo, con el nombre de uno sus cineastas favoritos: Jean-Luc Godard.
Con las letras de Alex, su nombre, y Oscar, por el premio de Hollywood, pudo rearmar el elegido, Léos Carax, que podría ser austríaco, o de algún rincón de esa gran Europa que estaba ansiando una nueva vuelta de tuerca al lenguaje cinematográfico.
Curiosamente, Carax comenzó todo muy-muy joven, al promediar la década del 80, y mucho tuvo que ver Cahiers du Cinema en todo esto porque en el Centre Censier de La Sorbonne, conoció a los influyentes críticos de esa revista, dos Serge, Darrney y  Toubiana.
Iggy Pop, Marilyn Monroe, David Bowie, Tintín, son íconos que lleva en su mochila, al punto que tras enamorarse (si, así fue, de Juliette Binoche), pensó que ella podría interpretar al personaje de Herge. Aquella creación de la historieta no fue, pero si otras.

2
“Nací en 1976 en una sala a oscuras; para mi es muy difícil que haya nacido antes bajo un nombre sacado de formularios. Hice cine para ser huérfano. Antes, era como si yo hubiera dormido durante diecisiete años y por eso me renombré”, confesó.
Dejó el secundario a los 16, y de su Suresnes natal se fue a París, cerquita del Louvre. “Conocí a un chico llamado Elie Poicard, quien me inició en ese momento. Después, todo fue rápido”, recordó.
“Desde el momento en que descubrimos a Lilian Gish en  un Vidor, ya la estábamos viendo en un Griffith; después veríamos otros Griffith sin Lilian Gish, y así. Viajé muy rápido dentro de viejas películas como esas, completamente solo”, dijo a Irrockumptibles.
Bólex de 16 mm en mano, hizo “La niña amada”. Todavía le afectaba el shock de haber visto por tevé “Las damas del bosque de Boulogne” (Robert Bresson), en especial aquellos diálogos poéticos para nada realistas del poeta trasgresor Jean Cocteau.
Fue el prólogo de su paso por el periodismo cinematográfico y su segundo corto, un bombón noir que tituló “Strangulation Blues”, el Gran Prix del Festival de Hyéres, en 1979.  Como buen rebelde es autodidacto. El Alex que nació Léos, comenzaba a caminar.
Sus escritores, jura los únicos que dice necesitar para la isla desierta, son Louis Ferdinand Celine, René Char y Charles-Ferdinand Ramuz.

3
En verdad, más allá de un puñado de cortometrajes, Carax comenzó su filmografía de cinco largometrajes con “Boy Meets Girl” (1984) que, como todas sus obras, habla de relaciones humanas y sus padeceres, con la mirada puesta en aquella imagen devuelta por un espejo donde realidad y poesía se confunden.
El tema a tratar y con el que sacudir a una nueva generación era todo aquel que tuviese como eje a jóvenes angustiados por su propia explosión hormonal, en tiempos que exigían cambios.
El cine de Carax lo demostró intituiva y persistentemente a partir de “Boy Meets Girl” (1984), acerca de si mismo encarnado por Denis Lavant, su fetiche -casi total- en cuatro de sus cinco largos y en el memorable episodio “Merde”,  del tríptico “Tokyo!” (1998).
Alex y Mirelle, Denny Lavant y Mirelle Perrier, nacieron (como Carax) en 1960 pero no se conocen y el cineasta cuenta su historia como si se tratara de un film mudo, y poniendo toda su cinefilia en cada plano, en cada escena, en busca de un sello personal.
“Mala sangre” (1986), con Juliette Binoche, Dennis Lavant y Juliette Delpy fue distinta, y aseguró que su la luz fuese compuesta como una partitura. La historia es simple: el STBO, una enfermedad de jóvenes que se contagia por culpa del sexo sin emoción ni compromiso, que tiene cura pero las autoridades la esconden, hasta que una mujer paga para que alguien la consiga.
Carax desafíó la esclerosis del viejo cine francés. Sus personajes eran jóvenes, como él y no se asustaban al mirarse en el espejo, ni necesitaban tomar grapa con miel para despegar e! catarro, porque tenían otros recursos para salir de apuros similares.

4.
Furia de vivir, desesperación, rengueras, ojos de vidrio, mentiras, el nombre Alex, Oscar o Merde que se repiten en circunstancias de uno y otro relato y que de golpe pueden hacer creer que se trata de uno solo, que intenta mostrar que es lo que pasa por su cabeza.
En “Los amantes de Pont Neuf” (1991), que pensó en Super 8 blanco y negro, Alex, un marginal acróbata y alcohólico convierte en habitación de pensión un balcón del puente sobre el Sena más viejo de París, clausurado por un reciclaje, donde próximo a su manta, otro ciruja veterano y de mal talante, ex portero de un museo, le provee de amistad, consejos y ampollas con droga.
Todo bien hasta que aparece ella, Michelle, en la piel de Binoche, que pinta y dibuja, gran carpeta bajo el brazo, tiene un ojo mocho, y se engancha a primera vista con el saltinbanqui que, no caben dudas si bien es Lavant es a la vez alter ego del cineasta que entonces se estaba enamorando de la joven y ascendente actriz.
Así nace una historia de amor bizarro en medio de la inmundicia, a las corridas por los pasillos del metro, y con una vuelta de tuerca que terminará por abrir la esperanza a esa chica con una rara enfermedad oftalmológica, una acción desatada por el amour fou, y un happy end  demasiado pum para arriba para tanta oscuridad.
“Los amantes...” es un relato con mucha danza, con música y fuegos artificiales en medio de festejos que, para los protagonistas, tan cercanos como lejanos, con pulsiones de vida pero en igual medida de muerte, de excesos y de poesía.
Su siguiente incursión volvió a sorprender. “Pola X” (1999), según un relato de Herman Melville, cuenta la historia de Pierre, un joven escritor que huye de su mansión natal, del calor de su madre burguesa, el fantasma de su padre diplomático, y de su prometida, para meterse en una París marginal, desafiar a todos con un amor incestuoso, en un entorno de inmigración rusa, que pervive en ruinas fabriles e impulsa la acción directa violenta.
En este audaz relato, con Guillaume Depardieu, como el escritor, y Catherine Deneve, como su madre, aparecerá Ekaterina Golubeva (hasta poco atrás esposa del lituano Sharunas Bartas, ella misma visitante del Festival de Mar del Plata en 1996), como esa hermanastra depresiva, con ropa raida, sin un euro y también en fuga, que ya se había convertido en la nueva pasión de Carax.

5
En 2008, es decir una década después de la anterior, la productora Anne Pernod-Sawada lo convoca, igual que a Joon-Ho Bong y Michel Gondry, para “Tokyo!” un tríptico relacionado con la ciudad capital de Japón, y el resultado es “Merde”, poco más de media hora acerca de un ciruja, evidentemente europeo porque lo interpreta Lavant, que surge de las cloacas de Tokyo, donde hay tanques de guerra y cajas con granadas abandonadas, solo para hacerle la vida imposible a los transeuntes, incluso liquidándolos.
El mediometraje es memorable y vale como un largometraje por su tratamiento del absurdo, del humor negro y de la ironía absoluta, un extremismo que supera el ridículo del trazo hiperrealista, para abordar la inmortalidad de lo repulsivo.
Carax va más allá y lo gracioso o vomitivo-excesivo deviene interpretable desde diferentes ángulos. En materia de cine, el relato no muestra las costuras, por lo contrario es de una impermeabilidad que asombra, y se puede ver ad infinitum.
En 2011, un golpe duro sacudió la vida del director, cuando Golubeva, su segundo gran amor, murió, sin dar demasiadas explicaciones y como si se tratara de un personaje sacado de sus películas, probablemente a consecuencia de la depresión que le habría provocado no haber alcanzado un mejor lugar en su carrera muy lejos de donde había nacido y tres hijos a cuestas.

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Un año después la vuelta de Carax al largometraje fue con todo: más grande y golpeado pero igualmente transgresor. “Holy Motors” (2012), le permitió hablar acerca de la vida y de la muerte, recorrer París, el visible y el invisible, incluso una de sus inmensas tiendas departamentales abandonadas camino a un nuevo destino, con todos los homenajes que uno pueda imaginar a sus anteriores cuentos, que emocionaron a quienes la vieron en Cannes y Sitges, donde fue premiada.
Lavant encarna a a una docena de personajes distintos, uno solo ya visto antes -el Merde de “Tokyo!”-, que cumplen con el arte de emprender misiones muy singulares, siempre a bordo de una limousine, una suerte de mini-motorhome de rodaje, una tremenda performance que concluye con una puesta con Kilye Minogue que canta como en un musical... y termina mal.
Holy Motors es el nombre que lleva esa servicio de limos blancas que hablan entre ellas de noche, tratando de explicar cuál es su misión, un recorrido que tiene mucho que ver con el del propio  Carax o de sus alter egos (sea como siempre Lavant o excepcionalmente Guillaume Depardieu), y donde tiene peso específico el destino, el amor loco, la poesía y el paisaje urbano.
'Hacer una película es un secreto que se evapora poco a poco" explica. "Sí yo supiera componer, el 50% de los diálogos serian reemplazados por música, sobre todo en las escenas nocturnas… Hago cine porque es lo único que no me acompleja. Sin la cámara en la mano me siento un boludo”, dixit Carax, que piensa a principios de 2019 hacer su primera película en inglés, el musical “Annette”, acerca de un comediante que enviuda de una cantante de ópera y queda a cargo de su hija de dos años, la que esconde un regalo. Será con Adam Driver (“Paterson”, “El infiltrado del KKKlan”), Michelle Williams (“Manchester frente al mar”,“Venom”) en los papeles principales, y a rodarse en Antwerp, en Bélgica. 
A tener paciencia.

(* En varios países de latinoamérica se dice que, algo es “del carajo” -que suena foneticamente similar a “caraxo”-, cuando es sorprendente o maravilloso)