En varias de las críticas publicadas apropósito del estreno de Días de mayo, se cita al cine de la nouvelle vague, a Godard, pero muy especialmente al pos nuevaolista Phillipe Garrel por su película Los amantes regulares (2005) en la que Francois, un poeta veinteañero desertor del servicio militar, participa en las barricadas del París de 1968, y lanza bombas molotov a la policía, fuma opio y habla apropósito de la revolución a sus amigos, cuando conoce a Lilie, una escultora que trabaja en una fundición para sobrevivir. Se enamoran, pasan los años, él sigue escribiendo, hablando y fumando y viviendo con ella hasta que algo ocurre entre ellos.
La mención no es gratuita. Efectivamente, hay en la película de Gustavo Postiglione algunas citas a aquel movimiento (que adelantó en varios reportajes) y a algunos de sus estandartes. Y muy en especial aquella película que con algo/mucho del lenguaje de los 60s llegó, ya entrado un nuevo siglo, de la mano de un cineasta talentoso que por esta película (también en blanco y negro), fue premiado en el Festival de Venecia. Pero también hay algo del Antonioni de su mejor momento (el caso de La aventura e incluso el de Zabriskie Point), y más acá en el tiempo, al revisionismo generacional que hicieron cineastas tan diferentes entre si como La mia generazione, de Vilma Labate, la monumental La meglio gioventù, de Marco Tulio Giordana y Buen día, noche, de Marco Bellochio. Esas observaciones que se le hicieron a Postiglione sonaron a críticas, interpretadas como un exceso de inspiración. ¿Cuál es el problema?
El concepto de “reconstrucción” de tiempos sustancialmente ricos y trascendentes está, en todos estos autores, en un plano que va más allá de lo visual. Para todos ellos lo esencial es invisible a los ojos, y pasa por la puesta al día de aquellos gestos, de esos detalles, de esa inmensa inocencia, fe en las utopías y hasta soberbia, a veces llevada al plano de la alucinación, que caracterizaron a los movimientos juveniles de aquellos años que precedieron al aplastamiento. Tanto en Europa como en América Latina o en los Estados Unidos, aquella efervescencia fue aplastada si piedad. O con el consumismo que se opuso ferozmente al comunismo y que determinaría como corolario de décadas y décadas de guerras frías y a veces calientes, con la Perestroika, el Glasnost y la caída del Muro de Berlín, paradigma de la separación entre un lado y otro de la política internacional regulada por mapas que claramente separaba derechas de izquierdas. Primero la Guerra de Corea, después la de Vietnam, sirvieron para aplacar los ánimos de juventudes que podrían ver la vida de otra forma si no estuviesen gobernadas por el temor a ser abducidos ideológicamente por el enemigo. El peñón de Cuba en coincidencia con la ebullición de la primera generación posbélica (la efervescencia cultural de finales de los años 50 camino al estallido de los 60), se convertiría en el único e inamovible bastión de la contrapolítica en el mundo occidental. Latinoamérica viviría sucesivos procesos militares de derecha, Europa el paulatino deterioro del franquismo español, del parlamentarismo italiano, la vuelta a tierra de la Alemania del Plan Marshall y Estados Unidos la explosión del sexo, la droga y el rock’n roll, todas coyunturas que tendrían como meta moligeración de los movimientos juveniles.
En el personaje femenino de Días de mayo se descubre el sometimiento de la mujer, el deseo reprimido por familias arraigadas en el pasado y la duda apropósito de lo que vendrá, en un final que es síntesis de la duda de muchos de toda una época. La reflexión de Postiglione apropósito de esta postura es lúcida y valiente. Le hubiese sido más sencillo recuperar, simplemente, héroes o traidores, pero prefirió recuperar seres humanos.
No es poco.
Claudio D. Minghetti
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