El
festival nació como un refugio para el cine que no se estrenaba en
salas, de todo el mundo, de directores que en muchos festivales se
estaban convirtiendo en objeto de culto de los jóvenes. Pero fue
hace 19 años.
Los
que tenía entonces 19, tienen ahora 38 años, muchos en todo este
tiempo se casaron y divorciaron, tuvieron hijos, se recibieron,
viajaron al exterior y volvieron, cambiaron varias veces de trabajo,
estuvieron desocupados, volvieron a la casa de sus padres, fueron
sometidos a cirugías, tuvieron accidentes y sobrevivieron, cambiaron
de celulares Black Berry a Android o I Phone. Vivimos el 2001,
resucitamos, algunos de un lado de la grieta que existe desde 1810,
otros del otro, todos asegurando que la vereda de enfrente es la otra
y la lista sigue, sigue y sigue.
La idea surgió cuando en el Festival de Mar del Plata de 1996 Nicolás Sarquís creó la muestra Contracampo, que pateó el tablero.
La idea surgió cuando en el Festival de Mar del Plata de 1996 Nicolás Sarquís creó la muestra Contracampo, que pateó el tablero.
El
Bafici nació como una muestra independiente (término difícil de
entender cuando el cine salvo en contadas excepciones es en el mundo
y aquí mismo absolutamente dependiente), cuando una chica muy joven
entonces salió a proponer a cineclubes y otros alineados en la calle
Corrientes, la idea de hacer un festival. Fue casi en coincidencia
con el resurgimiento del Festival de Mar del Plata, en 1996, y
aquella carpeta terminó en un area del Gobierno de la Ciudad, que no
hizo otra cosa que apoderarse de la idea y no dar crédito a sus
verdaderos autores.
Poco
importa aquello ahora, forma aparte de la leyenda urbana. Pero la
verdad es que poco tiempo después en la ciudad de Buenos Aires la
sigla Bafici comenzó a convertirse en una nueva leyenda urbana.
Así
pequeño todavía, con un catálogo mucho más grande en tamaño de
tapa que el actual y a la vez hiperdelgado, porque la idea es que
todos los que se engancharan con la idea pudieran al menos ver una
porción alta de su propuesta. Eso hablaba y lo sigue haciendo de un
equipo con capacidad de seleccionar lo mejor de lo mejor, lo nuevo de
lo nuevo, y no había necesidad de que esa cantidad creciera. Si de
crecimiento se trata basta ver lo acotada que es la selección total
del Festival de Cannes, que sigue siendo el mejor de todos, incluso
superior al de Berlín, porque convengamos, logra juntar y hacer
equilibrio entre arte e industria, que es el sueño de Hollywood y de
tantos otros, oeri no el sentido que sus obras, todas, lo sean, sino
que en su totalidad, hay arte e industria, es decir un espectro lo
suficientemente alto como para que todos salgan siempre medianamente
contentos, equilibradamente contentos. No es poco.
Y
así, mientras duraron las gestiones de Andrés DiTella y el siempre
polémico y tiempo después deliberadamente reaccionario Quintin, el
festival creció, lo suficiente como para que encontrara su verdadera
dimensión. El eje de la calle Corrientes, con centro en el Abasto
Shopping fue clave, e incluyó la Sala Lugones, hoy cerrada; el
Lorca, y el Cosmos, luego también cerrado y convertido en un
restaurante chino, ocasionalmente el complejo Atlas Santa Fe (hoy una
tienda de ropa femenina), el Malba, y alguna vez el América, mpas
tarde abandonado.
Pero
la cosa cambia por completo durante la gestión de Fernando Martín
Peña, que llega con su idea de volúmen, y en su intento de competir
con Mar del Plata para ver quién “la tiene más larga”,
convierte al festival en un gigantesco quiosco de revistas, de esos
en donde todas las publicaciones en cantidad son inasibles por el
público, y confundidas en una zona gris que nadie, absolutamente
nadie, puede encontrar absolutamente nada.
Llevar
primero el Bafici a un cúmulo de 400 películas, a razón de 40
diarias, y luego a Mar del Plata, que en sus primeros cinco años
tuvo una programación de 200 o poco más películas, también a la
barbaridad de 400, fue desafortunada, no solo para el público sino
para los organizadores, que tuvieron que aumentar los costos de
producción año tras año.
Y
después llegó Sergio Wolf, quien soñó con el imposible de generar
una autarquía a través de una ley, de la que se llegó a un
anteproyecto, que incluiría un consejo de anteriores directivos,
capaces de cogobernarlo de allí en más. Pero esa legislación nunca
salió, y el festival que todos creían podía ser el mejor en lo
suyo, volvió a la rutina, ya sin Wolf sino con Marcelo Panozzo, que
dejaba su papel de periodista para esta vez ser funcionario.
Completamente
subsumido a la órbita del gobierno porteño, traslado su lugar de
origen mudándose a Recoleta, si: del eje de la ciudad, pasó a uno
de los barrios más caros de la ciudad y con sede nada menos que en
la misma gran manzana que ocupa el cementerio, y el shopping vecino.
Obviamente cambió el signo con el que había nacido, incluso se le
incorporan salas en Caballito y Belgrano y otros lugares
alternativos, pero ya nada será igual.
El
Bafici pasó a ser parte, no solo de otra geografía, sino de otra
clase social, que empezó a moverle el eje. Por ahora esto.
Continuará.
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