GUSTAVO
FONTAN:
EL
DÍA, LA NOCHE, Y LA SOMBRA DE UN LIMONERO A ORILLAS DEL PARANÁ
Gustavo
Fontán, uno de los cineastas más sólidos surgidos de la
independencia, y autor de obras como “La casa”, “La madre”,
“La orilla que se abisma” y “El rostro”, presenta “El
limonero real”, que abreva en el relato de Juan José Saer.
Saer,
dueño de una singular narrativa es todo un desafío para ser
transplantado de la literatura a la pantalla, y prueba de ello es su
ausencia desde que Nicolás Sarquis, en 1966, presentó “Palo y
hueso”, una obra que todavía hoy sigue siendo ejemplo en escuelas
de cine.
Igual
desafío era traducir “El limonero real” sin traicionar la
sustancia que lo había convertido hace más de cuatro décadas en
una de las más brillantes obras de Saer, quizás porque como ninguna
de las anteriores, se dedicaba a dar cuerpo literario a la
percepción.
Una
familia del río Paraná espera el último día del año, tres
hermanas, sus esposos e hijos, que viven en tres ranchos, a la orilla
del río, separados por espinillos, algarrobos y sauces.
Wenceslao
intenta convencer a su
mujer de ir a
la casa
de su hermana para la fiesta,
pero ella se niega, argumentando que está
de luto porque su
único hijo, murió hace seis años.
El
ritual se repite con sus
hermanas y sobrinas que se
movilizan para
convencerla, pero ella no
acepta la invitación porque insiste, una y otra vez, que el luto se
lo impide.
Wenceslao
lo observa todo, lo registra con sus ojos: el río, el día y la
noche, el baile, el cordero asado, las sonrisas, las miradas, los
vasos de vino, pero también por las ausencias.
La
vida discurre, como el Paraná, con sus sonidos, sus claroscuros, la
profundidad del agua que acompaña los sentimientos tan o incluso más
interiores, hay algo que permanece.
Saer
en su relato, al igual que Fontan en su interpretación hablan de lo
que nos sobrevive, de lo que nos supera porque, finalmente, todos
somos apenas protagonistas de un momento.
Con
su cine, Fontan demuestra tener esa singular capacidad de dar poesía
de cine a relatos que aportan poesía a literario, como ya ocurrió
con “La orilla que se abisma”, según la escencia de Juan L.
Ortiz.
Asegura
Fontan que “Hay en Saer una
profunda conciencia de que la poesía surge del “tratamiento
especial dado a la materia real”. La escritura se convierte
entonces en el arte de “sondear y reunir briznas o astillas de
experiencia y de memoria para armar una imagen”.
Hay
un símbolo de eternidad que supera a una generación y a las
siguientes, como testigo de sus alegrías y tristezas, de la vida que
nace y la que muere, que es un árbol cargado de limones.
Para
el limonero Fontán eligió a Germán de Silva y Patricia Sánchez,
Rosendo Ruiz, Eva Bianco, Gastón Ceballos, Rocio Acosta, Carlos
Daniel Linches, María de los Angeles Leiva y Micaela Villarruel,
para la dirección de fotografía a su habitual colaborador Diego
Poleri, para la edición a Mario Bocchicchio y para el sonido a Abel
Tortorelli.
-Era
todo un desafío lograr que esta historia de luces y sombras pudiera
verse en
cine...
G.F.:
-Si,
capturar el movimiento de la luz durante el día, ese cambio
minucioso, casi un documental acerca de la luz en una orilla del
Paraná y por supuesto eso al servicio de la historia, y en ese
sentido la sensibilidad de Diego Poleri para lograr eso es
impresionante.
-Tanto en “La orilla...”
como en esta, el gran desafío era traducir sin traicionar…
G.F.:
-La relación entre un texto
y una película es un acto de mucha tensión, por un lado amoroso, un
texto que cuando lo leí no entendía lo que estaba leyendo, y por
otro lado que cuando uno hace una película debe olvidarse del texto,
aunque el texto le de origen debe olvidarse para que la película se
cierre sobre sus propias decisiones, porque si no lo hace es una
transcripción literal al argumento en
esa idea de fidelidad tramposa y equivocada en relación a la trama.
Hay una apuesta porque el todo de cierre sobre una decisión para
algo vinculado a la novela pero nuevo. Si eso no se da, no hay
creación.
-¿Guión estricto, o
moldeable al momento del rodaje?
G.F.:
-Necesitábamos un guión
bastante acotado, a diferencia de todos mis proyectos anteriores,
porque hasta ahora no había filamdo nunca en semanas corridas.
Siempre por decisión que me es útil al cine que pienso, se empieza
en un momento y se termina en otro distante y en los paréntesis uno
piensa. Había un guión más acotado, pero abierto a las
contingencias climáticas, con un plan, una estrategia pero con algo
que nos iba a aportar el espacio, la luz, los rostros elegidos.
Dentro de ese plan había algo por descubrir y ese aporte deja marcas
y sin esas marcas la película se debilitaba.
-Tus
obras se muestran conectadas, algunas más que otras...
G.F.:
-Creo
que hay una continuidad de búsquedas. Siento que una obra se
construye en una dinámica que tiene que ver con una persistencia que
se renueva y resignifica todo el tiempo. El desafío es cómo
continuar con una búsqueda y por otro cómo revitalizarla y correla
de lugar. Siento que eso se da y que hay un profundo contacto con
Saer, qué es que él se hace una pregunta cuando empieza a escribir
que es “¿qué significa narrar?”. Para un artista una pregunta
necesaria porque te permite romper con lo establecido, pensar desde
dónde vas a hacerlo. El dice: “Mi decisión es romper las
fronteras entre narrativa y poesía” y sus novelas son eso, textos
que descomponen la idea de narrativa tradicional. Siento conexión
con esa idea.
-¿Cómo es el paso de un
filme a otro…?
G.F.:
-Con cada nueva película estamos obligados a pensar por el lenguaje.
No hay un saber hecho para siempre, Hay algo que nos permite saber
cómo hacer materialmente como gaarantía de algo, pero estamos todo
el tiempo repensando qué es el lenguaje de cine, que además debe
prestar atención a cómo se debe narrar, quienes deben actuar…
-No es nada fácil...
G.F.:
-A los chicos que estudian cine les cuesta mucho romper esos
principios de cómo se hace una película y los principios de éxito
vinculados a esa cuestión. Tenemos una gran responsabilidad en la
medidad que entendemos que el cine es arte, y que los saberes
definitivos no son parte nunca de algún criterio artístico
aceptable y posible.
-Te interesa la simbiosis que se da entre literatura y poesia en esa
zona geográfica…
G.F.:
-Hay algo narrativo en esos versos largos de Juan L., Saer, Manauta,
Calveira, que interesante esa zona del litoral, cómo dio este
conjunto de autores que trabajaron profundamene sobre el paisaje pero
no hicieron literatura paisajista-costumbrista, se apartan con un
universo propio, a partir de algo que preexiste, y que va a seguir
existiendo después..
-
La idea del limonero de Saer…
G.F.:
-Hay algo que permanece, y el
río sobre todo, ese devenir del tiempo, ese suceder que está antes
y después que nosotros. Lei la novela cuando era estudiante de
Letras, y la experiencia fue inolvidable, pero yo no conocía la zona
del río. Cuando mucho después lo conozco y trabajo en él, en “La
orilla...” y “El rostro”, hay algo de la unión de esas
lecturas y ese mundo que empuieza a configurar una posibilidad de
imagen. Cuando llego a filmar conozco la luz como si fuese la luz en
la que he vivido siempre, la tierra, los rostros, los conozco como si
fuesen parte de mi vida profundamente. Solo por esa posibilidad de
aprehender esos elementos es que me animé a hacer tomando una novela
tan compleja como esta.
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