¿Cómo se llega a la eternidad? Es difícil. Algunos lo logran con unos pocos gestos de grandeza. Eso fue lo que consiguió Néstor Kirchner. Y pudo hacerlo porque era un ser prodigioso: solo fue lo que tenía que ser. Otros prefieren la nada. Y la nada abunda. Encendamos la TV. La nada abunda. Los noticieros de unos y otros canales privados argentinos están sodomizados por el poder de las empresas que los respaldan. El periodismo independiente (algo que no existe), no asoma su nariz ni por casualidad. Todo está atravesado por algún interés económico de los propios grupos periodísticos o de sus avisadores. La ficción vive un momento crítico. Además de ser poca, sus contenidos son ideológicamente muy discutibles. El humor no existe. Solo un programa de la TV Pública intenta compensar la ausencia de ese rubro en el resto de las emisoras cuando, en viejos tiempos, eran todo un baluarte. Y por fin, el entretenimiento, que merece un capítulo aparte.
El rubro no solo afecta a un solo programa, o dos, sino a todos los subyacentes, es decir los seudo periodísticos parasitarios que abrevan en la producción de estos. A decir verdad, es uno solo. El programa respaldado por Marcelo Tinelli. Es decir: la concentración de todo lo malo que alguien pueda imaginar para un medio de supuesta comunicación. Tinelli debería estrechar alguna vez la mano de Silvio Berlusconi, porque ambos tienen muchas cosas en común.
La degradación de la cultura hecha show se convierte en droga para el habitual consumidor de la TV, una porción importante de las clases medias, con bolsones en las altas y bajas. Esa degradación cultural es inevitablemente ideológica y en consecuencia, tiene un correlato político que asusta, y mucho. La TV es una suerte de extraña mezcla de Acaso no matan a los caballos? (Horace McCoy), Marathon (Ricardo Monti) y Ginger y Fred (Federico Fellini). Nada es casual: para ese tipo de TV hay un solo tipo de espectador, el consumidor, un consumidor descerebrado al que solo se puede movilizar por estímulos muy elementales, relacionados con el deseo. La fama, el humor grueso, el sexo de burdel, la empatía con los costados más bajos, es decir los mas miserables de la especie. Todo en forma excesiva, decorada con luces y colores muy plenos, saturados y cada vez más brillantes (el efecto de la TV a partir del HD y los leds). A diferencia del cine en viejos tiempos donde la luz se proyectaba sobre una pantalla y esta a la vez la devolvía al espectador atemperada, la TV la emite cada vez más fuerte hasta penetrar en lo profundo de quien está delante de ella. No hay posibilidad alguna de eludir su visión.
A qué viene toda esta explicación, se preguntará el lector. Es muy simple responder esa inquietud.
En vida, NK debió enfrentarse a todo este aparato, a que se suma el del periodismo escrito, y pudo, a pesar de los embates, consolidar las bases de un país más justo, además de abrir la discusión política real apropósito de modelos a construir, arrancando las caretas que la misma sociedad había permitido usar a los políticos a la hora de tener que gobernar, mintiendo descaradamente. Cuando las caretas son arrancadas, otras se caen y ya nada es lo mismo.
Vergüenza. Vergüenza es lo que les falta a los que descaradamente estuvieron, están y estarán a la defensiva de sus intereses personales por encima de los intereses de todos. Porque construyeron su poder a base del saqueo, de amasar fortunas fuera de lo justo (no solo de las leyes), imponiendo condiciones a sus empleados que nada tenía que ver con la redituabilidad de sus negocios. Todo para mi, una limosna para vos. ¿Alguien se acuerda del argumento de Dios se lo pague? ¿Alguien se acuerda de la historia de Pobres habrá siempre y su alusión a la frase bíblica “que suena a maldición”, dos clásicos sociales del cine argentino del siglo XX, uno deliberadamente industrial, el otro absolutamente fuera de las reglas del mercado y lo políticamente correcto al límite de ser condenado tanto por el peronismo más conservador como por el antiperonismo más recalcitrante?
No hay comentarios:
Publicar un comentario