Es muy loco leer en los grandes medios como cualquiera que toca de oído puede tomar postura acerca de cuestiones que merecen un poco más de análisis
Históricamente se dieron diferentes momentos de la distribución en la Argentina. Hasta finales de la década del 60, nuestro país era vagón de coda de los grandes estrenos internacionales. Esto quiere decir que las películas de las majors primero se veían en Estados Unidos y Europa, y después aquí. Las bromas eran recurrentes respecto a lo tarde que se estrenaban algunas películas y de lo “viejos que ya estaban los actores” a la hora del estreno. Es más todavía está fresco el recuerdo de cuando tras muchos cabildeos, la censura autorizó La naranja mecánica en octubre, y la distribuidora dispuso estrenarla el 1° de enero, fecha que se consideraba fuerte. Error: se dio tiempo a un cambio en el entonces vigente Ente de Calificación y la película fue nuevamente prohibida, ya que su director, Stanley Kubrick no autorizaba las cortes que el organismo requería. Y fue así que la película quedó en la oscuridad por una década. Sin embargo, era más frecuente que los sellos independientes estrenaran títulos incluso difíciles o simplemente de clase “B”. Por ejemplo, llegaban a salas las películas de Antonioni, Bergman, Fellini, Kurosawa y hasta los western spaghetti. ¿Porqué? Porque existía otra cultura cinematográfica y había lugar en las 1900 salas que existían en todo el país frente a la 800 o 900 que hoy funcionan más o menos con regularidad, y que esas salas tenían un promedio de 600 localidades cada una. En la actualidad de habla del crecimiento de salas, pero no se aclara demasiado en cuanto al crecimiento de la cantidad de butacas, con su veintena de salas, con alrededor de 15.000 butacas, el tramo de Lavalle que va de Florida a Carlos Pellegrini que se conoció como “la calle de los cines”, podía de funcionar a pleno, reunir de jueves a domingo hasta 250.000 personas. Los sábados por la noche Lavalle era un mar de gente. No miento, era una verdadera marea humana, y era muy difícil encontrar una mesa en las muchas pizzerías que existían cuando el fast food apenas se conocía porque aparecía en las películas norteamericanas. Las salas tenían un perfil que las identificaba. Por ejemplo, el Luxor, el Ocean, el Ambassador, el Monumental y el Iguazú eran para los estrenos digamos importantes, el Select Lavalle para programas dobles de buenas películas, no obstante a veces caían allí las de karatecas o pura acción; el Electric también estaba reservado a los programas incluso triples, mientras que el Arizona y el París alternaban películas con sexo, en realidad lo que entonces permitía la censura, las de karate y allí si los western spaghetti. El Trocadero solía estrenar los films de Isabel Sarli, mientras que el cine nacional podía verse en el Hindú, y como los mejores estrenos americanos, en el Atlas. El Normandié, caía un poco de nivel, y el Paramount era un clásico popular de la trasnoche de sábado. Al Real iba solo el cine infantil, así como al Suipacha programas dobles de buenas reposiciones. Al Biarritz o al Cinema Uno, podía ir autores, por ejemplo los mencionados Fellini y Bertolucci, de quien allí se estreno, por solo dos o tres días, Ultimo tango en París. Lo que iba al Sarmiento iba también al Callao, y lo que iba al Paramount, generalmente iba al Libertador. Tanto el Gran Rex como el Opera se reservaban para las grandes ligas, mientras que en el Plaza, se podía ver cualquier cosa. Allí por ejemplo se estrenó Adiós Sui Generis, cuando nadie quería estrenarla (jajajajaja) y se repuso en copia nueva La residencia, de Chicho Ibáñez Serrador. Los cines Lorraine (finalmente Lorena), Loire, Losuar y Lorange, eran salas de cine de arte que, a veces incluían films que salían por majors, como La conversación de Coppola.
Eso no existe más. No hay más un sello de identidad que determine qué es lo que se ve en cada sala. Todos los complejos son parecidos, toda la operativa es la misma, e incluso las películas todas se parecen, como la comida en los fast food. Cómo puede escapar el espectador de tanto de lo mismo.
Al no existir más que un puñado de salas, no se justifican más distribuidoras independientes de las que existen. Y las pocas que existen deben pujar por las salas que puedan dar sus películas que no pueden copiar en soporte fílmico porque para redituar ese costo se necesitan muchos más espectadores que los que se pueden reunir en salas pequeñas y con un público cada vez menos preformado en lo cinematográfico con en los viejos tiempos. Convengamos que en la década del 60, la TV ofrecía una producción mucho más sólida que la actual las ideas que a las formas y que las formas estaban en el cine que entonces llegaba a la TV abierta, el mucho cine que llegaba, a través de ciclos como El mundo del espectáculo y Matinée como en el cine (13), Sábados de Súper Acción, Hollywood en Castellano y Cine Argentino (11), los fluctuantes ciclos del 9 (un canal que llegó a estrenar en la Argentina Arroz amargo) y los muchos del 7.
Por semana, la TV abierta Argentina emitía al menos 15 películas nacionales de todos los tiempos y gracias a esas reposiciones, el público argentino pudo seguir conservando la memoria de lo nuestro.
Cuando se dice que “faltan salas” si, faltan. Pero no cualquier sala. Es seguro que los complejos multinacionales de salas, sean Hoyts, Cinemark o Village, seguirán construyendo salas para dar más de lo mismo porque el sentido de tener más salas es permitir una mayor movilidad de horarios para que todo aquel que llegue al cine tenga la posibilidad de ver ese megatanque sin esperar y tener la posibilidad de elegir otra de las películas allí exhibidas, que a la vez son pocas.
La legislación al respecto es casi siempre violable porque ya se tuvo la experiencia de la cuota de pantalla y media de continuidad que las salas suelen trampear una y otra vez. En la Argentina, ese tipo de legislación suele ser permeable porque no se cuenta con una cultura de cumplimiento de la ley, como no la existe en cuanto a temas tributarios.
En consecuencia, seguirán existiendo megaemprendimientos para ofertar más de lo mismo, es decir megatanques hiperpromocionados y cine en 3D, una oferta imposible de producir a nivel local e innecesaria porque, a fin de cuentas, los que están imponiendo la cultura y el consumo de cine blockbuster y 3D son los que pueden producirlo sin competencia, es decir ellos.
Yo hago las salas para proyectar mis películas en casi todas ellas y a gran variedad de horarios, como tengo mucho dinero de la explotación en mi propio país, puedo publicitarla a nivel local, que es como decir mundial dada la penetración de los medios de comunicación, y luego publicitarla en el exterior, donde todo el dinero que recaudará será ganancia pura, con muy poco excedente para el mercado local (unos pocos empleados e impuestos, que redondean alrededor de un 30 por ciento del valor de entrada. Y todavía me quedan la explotación a través de cable (una pila de dinero) y las ediciones en DVD, primero para videoclubes, después para venta directa, finalmente en colecciones y, chan, la TV abierta. Un negocio difícil de igual para estructuras con poco montaje. Competir en esos término con el cine norteamericano es por lo visto imposible.
Una alternativa sería limitar la cantidad de copias con que sale una pelicula. En los viejos tiempos, éxitos como El Padrino o Cabaret nunca eran estrenadas en más de 100 pantallas cuando en el país existían casi 2000. ¿Porqué?
Hasta finalizar la década del 70, los empresarios norteamericanos sabían que su negocio estaba en crisis por saturación. Al pico cualitativo que había llegado Hollywood, qué sobrevendría..? Al mismo tiempo, la TV a domicilio empezaba robar público a las salas, cada vez más decadentes no solo aquí, sino allí mismo. Recordemos la idea alrededor de la cual giró La última película de Bogdanovich y todo lo que vino después. Hasta entonces las películas se estrenaban en una limitada cantidad de salas, muchas pero no tantas, de un tamaño importante, y allí se quedaban en cartel por un año o más, sin mayores preocupaciones. Pero los costos del cine Hollywoodense, como explica muy bien Francis Ford Coppola cada vez que lo dejan, se fueron inflando e inflando hasta llegar a ser verdaderas barrabasadas. Los cachets de actores crecieron y crecieron, todo está sobrevaluadísimo y para recuperar esos costos se necesita velocidad.
Una vez superada la crisis, como ya es costumbre para los Estados Unidos, llegó la capitalización de la crisis.
No más cines grandes, desde ahora serán cines pequeños y muchos, y no más películas en cartel por más de tres o cuatro meses. De allí que las estadísticas empezaron a tener cada vez más peso. La cuestión es hacer caja en el primer mes de exhibición y co seguir allí duplicar, triplicar o multiplicar vaya a saber por cuanto el costo real. La industria del cine es más redituable que la industria automotriz y por eso Estados Unidos la considera un asunto de Estado. El problema está en cómo no permitir que el público se escape a “otros cines”. Al cine norteamericano le interesa de sobremanera que el cine llamado de arte subvencionado por los estados, crezca en cantidad pero no en calidad. Un cine que no depende en absoluto de su redituabilidad puede caer en el cine que se mira el ombligo, total hay alguien que lo pague que no soy yo. Como ese cine no lleva cantidades de espectadores a las salas, no es preocupante. Hollywood sigue imponiendo su única versión de la chatarra y los independientes siguen haciendo un cine que a fin de cuentas se estrene o no da igual, porque es sabido, solo moviliza a unos pocos miles de espectadores.
Salvo el sistema de majors, el resto está sujeto a su buena suerte. Es por eso que cientos de películas nunca se estrenarán en la Argentina, otro tanto solo llegarán muy tardíamente a los cines, en algunos casos proyectadas a partir de una copia en DVD. De todo este gran paquete, buena parte se venderá en copias truchas en los quioscos o a través de manteros, casi todas estarán en la web para verse online o para descargar, cada vez en mejor calidad.
El sistema de producción-exhibición es como el rey Mirdas, que convierte en mierda todo lo que toca.
Y cual es el panorama hoy..?
Dicen que la cultura no se compra sino que se toma, y lo que ocurre es que la gente ha comenzado a tomar la cultura. Muy sencillo: aquello que se demora o no se estrena por el motivo que fuera, puede ser tomado de Internet, Y lo hacen, no con un fin lucrativo, sino simplemente ejerciendo un acto de elección. No me queda muy en claro cuando se habla de ilegalidad y la oferta legal no existe, o si existe está sobrevaluada de manera tal que solo pueden acceder a ella quien tiene un sustento económico para hacerlo.
En la Argentina es cosa de todos los días descubrir que el cine europeo casi en su totalidad ya no llega a salas comerciales, pero que al menos aquellas obras que han tenido alguna repercusión en el exterior, se pueden ver online, descargar o simplemente comprar en algunos de los muchos quioscos que venden las copias truchas, películas como las ultimas de Woody Allen que llegan a las pantallas cuando más de la mitad de su público ya las vio en copias de cualquier tipo o en sus versiones online.
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