"La verdad no tiene remedio" díce una vieja canción. Y la verdad es que la crítica de cine local y parace ser que también la extranjera, tiene unas cuantas limitaciones intelectuales. No es la primera vez que ocurre pero, convengamos, ahora se manifiesta de manera contundente, echando por tierra su soberbia a la hora de juzgar cine. Avatar, la nueva creación de ese cineasta que supo ser revolucionarioa a la hora de presentarse con Terminator hace más de dos décadas, pero fue dando sobradas manifestaciones de su megalomanía comercial, en tanto y encuanto fue avanzando con nuevas propuestas, caso ejemplar el de Titanic. Pero la mentira tiene patas cortas y Avatar, que viene rompiendo la taquilla aquí y allí gracias entre otras cosas a una avalancha de publicidad e intromisión mediática en un público cada vez más evasivo (el norteamericano en medio de una crísis que se parece mucho a la de la década del 30) es una contundente muestra de que el plagio puede ser muy útil cuando no se tiene más que un montón de recursos técnicos ya explotados por los videogames. Es claro que Avatar es un plagio liso y llano de Pocahontas y esa verdad ya viene circulando con intensidad en la web. Algunos armados han puesto el sonido de los trailers del dibujo animado de Disney al de la reciente producción de la Fox, y viceversa, logrando verdaderas obras maestras, dignas de ser presentadas en algún juzgado norteamericano, por los herederos del autor de Mickey Mouse.
En la película de Cameron hay otras cuestiones sospechosas, como las imágenes que remiten al 2001 de Kubrick, el alarido guerrero de la extraterrestre femenina que parece el de chiiitas, los rostros pintados en esta suerte de salvajes con arcos y flechas parecidas a las de los personajes de La guerra del fuego (1981), de Jean-Jacques Annaud. Uno de los personajes, la científica encarnada por Sigourney Weaver, se la pasa fumando delante de cámara como si nada, coponiendo un personaje que nada tiene de aquel memorable Ripley (de Alien, off course) pero si del de la exploradora de Gorilas en la biebla (jajaja. Lo de los cigarrillos también ha indignado a quienes por norma habían suprimido de todos los films norteamericanos a personajes fumando en cámara.
Una verdadera paradoja, ya que durante mucho tiempo se acuso a Disney de haber metido mano en Rey Lear, de Shakespeare o en la historia animé de Simba, a la hora de construir aquel maravilloso poema épico titulado El Rey León. Con Shakespeare, no problem porque ya estaba caido en el dominio público, pero con Simba, creado en 1961 por el japonés Osamu Tezuka, dicen, hubo un arreglo económico que puso un manto final sobre el asunto.
¿Qué ocurrirá ahora que Cameron ya ha lanzado la idea de producir Avatar II y quizas algunas secuelas más?
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