“El secreto de sus ojos” (Argentina/España, 2009). Dirección: Juan José Campanella. Guión: Juan José Campanella y Eduardo Sacheri, basado en la novela “La pregunta de sus ojos”, del segundo. Fotografía: Félix Monti. Montaje: Juan José Campanella. Música: Federco Jusid. Escenografía: Juan Cavia. Ambientadora: Laura Guaragna. Con Ricardo Darín, Soledad Villamil, Guillermo Francella, Javier Godino, José Luis Gioia. 110’
Juan José Campanella creció. Difícil es crecer cuando detrás se tiene películas como “El mismo amor, la misma lluvia”, “El hijo de la novia” o “Luna de Avellaneda”, todas pruebas contundentes de que se trata de uno de los pocos cineastas que consiguen hacer equilibrio entre arte e industria en un equilibrio que, a estas alturas logra conformar tanto a la crítica que prefiere lo masivo, como a aquella otra que sin lugar a dudas, opta por lenguajes más pretenciosos y discursos que requieren cierto trabajo extra por parte del espectador.
Campanella, esta vez de acuerdo a un relato del también periodista Eduardo Sacheri, logra convencer a unos y otros por igual, no obstante las objeciones que los adscriptos al cine más apto para festivales internacionales del tipo Berlín, Cannes o Rotterdam, hacen de su propuesta.
¿Por qué lejos de lo obvio? Es simple de llegar a esta conclusión, pero al mismo tiempo, algo complejo de explicar en pocas palabras. En “El secreto de sus ojos”, el director aborda diferentes géneros –el thriller, el policial puro y duro, el drama, el romance, incluso hay algunos fogonazos de comedia, usados como fusibles que dan un poco de aire a la tensión-, sin caer en lugares comunes. Sus personajes son arquetípicos, sin embargo no caen ni en lo repetitivo ni en lo caricaturesco. Hay un subrayado que roza lo político, pero con la única función de dejarnos en claro en que contexto estos personajes viven una circunstancia clave de sus vidas.
El protagonista es Esposito, un empleado de juzgado correccional penal instalado en el mismo Palacio de Tribunales que, como su colega Sandoval, son los habituales encargados de la tarea de campo. No parece ser un juzgado dedicado a casos difíciles, sin embargo, al mismo tiempo que allí se instala la joven abogada Irene Hustings con el cargo de fiscal, llega a ese ámbito un caso algo pesado: la violación seguida de muerte de una maestra. Aparecen entonces otros personajes. El joven viudo que parece encaminado a resignarse a lo ocurrido, no obstante piensa en que sería necesario dar con el homicida para que purgue en prisión de por vida, un comisario habituado a resolver este tipo de temas en forma abreviada y con metodologías fuera de la ley y , finalmente, tras una ardua y compleja investigación un posible sospechoso.
Cada uno de estos personajes se va despojando frente a la cámara de Campanella de a poco. Primero será Espósito, empeñado, dos décadas más tarde y jubilado un poco a la fuerza, en volcar lo ocurrido, tal como se creyó resolver en su momento, en una novela con la que piensa redimir la culpa de no haber alcanzado la meta de justicia y haber perdido en el camino parte de su vida y sus más genuinos afectos. Después será Irene, quien en todo este tiempo ha construido su vida personal, y la profesional, tal como su familia, seguramente, esperaba que ocurriera, no obstante sabe, que no es lo que realmente soñaba.
“Hemos vivido engañados”, parece que se dijeran en algún momento. Sin embargo, la clave, como en la rosa de El nombre de la rosa (de Umberto Eco, inspirado en Borges), está indudablemente en los ojos de ese viudo que no deseaba la muerte de quién le quitó lo que más amaba en la vida, sino su condena eterna. En esos ojos llenos de pasión pero también de enigma, Espósito encontrará no solo la respuesta de lo que realmente ocurrió, sino la clave de lo que le ocurrió a él mismo frente a esa mujer a la que nunca, hasta ese momento, se atrevió a encarar con sus sentimientos más puros.
“El amor en estado de pureza absoluta”. ¡Qué buena definición!. Es evidente, aquí nada es obvio. Estamos hablando de una intriga que corroe la existencia de un hombre que busca justicia y no la encuentra y de esa misma pasión que circula por las venas de un empleado bancario que decidirá irse a vivir y trabajar al pueblo de donde provino la mujer que fue su esposa, salvajemente asesinada, para encontrar la razón de su vida, esa justicia que la Justicia no pudo darle.
¡Qué buena metáfora!
Hace algunos años, apenas recuperada la democracia en la Argentina, me tocó entrevistar a Osvaldo Bayer en las oficinas –ya demolidas- de la empresa productora Aries, en la calle Lavalle al 1800, a raíz de la reposición tras la dictadura de “La Patagonia rebelde”. Bayer, pleno de lucidez se preguntaba si los familiares de los desparecidos y asesinados en los “años de plomo” vividos en las postrimerías del gobierno de Isabel Perón entre 1975 y 1976, y durante todo el Proceso generarían venganzas personales, en relación a la que servía de punto de partida, precisamente, a “Los vengadores de la Patagonia trágica”, el libro de historia en que se basó la película de Héctor Olivera. Me dijo Bayer que no creía en la posibilidad de que la gente busque una venganza personal, siempre y cuando una justicia auténtica condenara a los responsables de lo ocurrido. Bayer también me confesó que no creía que eso podría ocurrir con la UCR en el poder, dado que sin ir demasiado lejos, quien dio rienda suelta a la represión militar en el sur en la década del 20 fue un gobierno radical que no condenó a los responsables de los fusilamientos, ni mucho menos. En la actualidad vivimos un tiempo en el que se intenta hacer justicia, la que todavía se puede hacer, condenando a los represores que aún viven, por los crímenes de lesa humanidad de los que son responsables. ¿Qué podría suceder si eso no ocurre?.
En "El secreto de sus ojos" está la respuesta a lo que podría ocurrir si no hay justicia. En el secreto de los ojos, por ejemplo, de esos cientos de hijos a los que les arrancaron sus padres y de tantas mujeres a las que les han quitado a sus hijos e hijas, esposos… Nadie busca la revancha del ojo por ojo, pero si un signo de justicia. En la película de Campanella hay un mensaje político, no es obvio, como nada es obvio en un guión analizable desde diferentes perspectivas.
En toda la película hay un complejo enhebrado de pasado y presente, de recuerdos exactos e inexactos que confluyen, finalmente, en una verdad insoslayable.
Cada personaje aporta lo suyo.
El de Darín, un hombre acostumbrado a que las cosas le ocurran hasta que se convierte por decisión propia en protagonista, empreñado en descubrir qué tanto puede movilizar el amor a un hombre a buscar justicia, un remedio a su angustia inagotable, hasta descubrir que él mismo no puede renunciar a lo verdadero que guarda dentro de si.
El de Sandoval, que le permite a Guillermo Francella a mostrar su otra carátula actoral y dejar constancia de que se trata de uno de los actores más completos del cine, el teatro y la TV argentinos de hoy, un empleaducho acostumbrado a los sellos y los expedientes que quiso ser más pero no le dio para serlo y calma sus penas sumergiéndose en el alcohol, héroe casual pero real, finalmente anónimo de esta aventura detrás de pasiones de distinto tenor.
El de Irene, Soledad Villamil mejor que nunca antes, aportando estas tres versiones de Irene, la que llega joven con su abrumadora belleza y acomodada en busca de un buen puesto recién salida de algún posgradoue busca hacer buena letra, la que por un instante cree que puede hacer algo por la justicia pero las circunstancias la convencen que en circunstancias como esa hacer no queda otra que hacer la vista gorda y la tercera, madura, con una vida bastante desperdiciada entre el despacho y una familia modelo, que parece está dispuesta a patear el tablero de una vez y ser, finalmente, lo que hasta entonces reprimió.
Aparte de estas dos grandes construcciones dramáticas y la esperada sorpresa de Francella, hay en el film otras memorables actuaciones.
Una es la de Pablo Rago como el viudo que esconde el "secreto" de los títulos, también con dos etapas, la del hombre acongojado por su tragedia y, veinte años después, la del aparente resignado que insiste con que hay que terminar con lo que pasó y mirar para adelante, aunque por lo visto, lo suyo sigue siendo pura soledad. Rago, confirma lo que ya hizo en el teatro: no es un actor con cara de joven solo apto para romances de pantalla chica sino un actor dramático como pocos.
La segunda es la de José Luis Gioia, un humorista especialista en chistes algo gruesos que, de haber participado hace décadas en Mirame la palomita ahora sorprende con un comisario que interpreta con inusual convicción. Hay que dejar constancia que no fue Camapanella el responsable de la selección pero si de haberlo aceptado cuando el comediante se anotó en el casting que se hizo para el personaje, prueba que aprobó según cuenta el cineasta, con excelente calificación. Y Pablo Alarcón, además, como un juez de los que hay y muchos, que le viene como anillo al dedo.
Una revelación que también sorprende es, sin duda, el español Javier Godino en un difícil papel que consigue transmitir con unos pocos gestos y con su forma moverse y de hablar (porteña, a pesar de no haber sido doblado) la auténtica torva personalidad que le tocó construir. Godino viene de una interesante trayectoria en su país, en especial en comedias musicales de éxito, como “Hoy no me puedo levantar” y “A” y en cine, en “Besos para todos”, de Jaime Chavarri.
“El secreto de sus ojos” incluye, además de un impecable montaje que acompaña un ritmo que nunca decae (en "Luna de Avellaneda" Campanella demostró cierta afinidad por anticipar la sensación de final varias veces antes de llegar al concreto, un ardid que le permite sostener la tensión por ejemplo a lo largo de dos horas y media sin caer) un cuidadoso trabajo de encuadre, de construcción de cada plano y uno, memorable, que como el de “Ojos de serpiente” (Brian de Palma), quedará en la historia del cine, más que nada por su funcionalidad y su planificación utilizado diferentes recursos técnicos que no evidencian costura alguna, incluso en una segunda y tercera visión. Tiene como escenario la cancha de Huracán y dura cinco minutos y pico, una corrida que encabezan Darín y Francella que es un placer ver, analizar y comentar con todo aquel que viva el cine como una pasión. la construcción de la banda de sonido como si se tratara de una sinfonía aprpósito de los imposibles, compuesta por Federico Jusid, ayuda a dar al todo un tono entre nostálgico y melancólico, el mismo en el que discurre la trama.
Campanella conoce el cine norteamericano clásico y sabe como sacarle provecho. También conoce a sus personajes, la ciudad en la que se mueven, los códigos, el lenguaje, el esplín cotidiano. Está parado sobre la tierra y sabe dónde poner la cámara. El suyo es cine con mayúscula. Hay que ponerse pie para aplaudirlo.
1 comentario:
película im per di ble. pato de belgrano
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